Academia de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales


Cierre del acto de ingreso en la Academia como Académico correspondiente del Ilmo. Sr. D. Miguel Giménez Yanguas realizado por el Excmo. Sr. Presidente de la Academia




   Ilma. Sra. Decana de la Facultad,
   Excmo. Sr. Presidente de Honor de la Academia,
   Excmo. Sr. Presidente de la Sección de Físico-Químicas,
   Ilmo. Sr. Secretario General,
   Ilmo. Sr. Battaner, hoy Padrino,
   Ilmo. Sr. Giménez Yanguas, ya nuevo académico correspondiente,
   Excmos. e Ilmos. Sras. y Sres. Académicos,
   Familiares y amigos del nuevo académico,
   Sras. y Sres.


   Siempre he dicho que, en general, los actos solemnes de Recepción de Nuevos Académicos son, para mí al menos, situaciones llenas de ilusión y de esperanza y ello por lo que representan de potencialidad y de perspectivas hacia el futuro de la Institución; la incorporación de un nuevo miembro en nuestra comunidad es, pues, algo refrescante que adquiere la connotación de enriquecimiento.
   No obstante, cada uno de estos acontecimientos puede presentar, en particular, unas características específicas, y por tanto diferenciadoras, que le pueden hacer ser más o menos significativo en determinados aspectos y que, por ello, pueden condicionar el tipo de intervención a seguir por los protagonistas y responsables del acto en sí.
   Pues bien, en muy poco tiempo hemos asistido y estamos asistiendo a dos de estos actos que presentan, según lo veo yo, unas connotaciones especiales que les hacer ser, cuando menos, especialmente significativos.
   De uno de ellos, acontecido el mes pasado, ya hicimos pronunciamiento porque al igual que el que hoy nos ocupa nos originaba una sensación de satisfacción por haber cumplido con una deuda adquirida con el paso de los años. Pues bien, hoy también tenemos esa satisfacción que puede producir la sensación de “haber superado una asignatura pendiente”.
   Se integra en nuestra Institución, el Excmo. Sr. D. Miguel Giménez Yanguas, un insigne granadino, dotado de una formación científica rigurosa y de una proyección tecnológica excepcional, que ha dado todo lo que es, y es mucho lo que es, por su Granada y su entorno. Un hombre adornado de unas cualidades humanas e intelectuales sin parangón, todo un caballero, una persona noble, desinteresada, honesta, generosa, etc., que ha hecho realidad la frase del poeta de “hacer las cosas por las cosas, sin esperar recompensa”.
   Nuestro hoy padrino, el profesor Battaner, ha glosado magistralmente la personalidad y proyección de nuestro “aspirante”, y así tenía que ser, pues aparte de sus magnificas dotes para la glosa, él, como yo, somos muy conocedores de la persona, de su labor y de su compromiso tanto social como intelectual, no en vano, hemos “crecido” juntos durante casi 50 años y, si bien es cierto que en las últimas etapas la conexión no fue tan intensa como al principio, lo que hubiéramos deseado profundamente, lo cierto es que “el hilo conductor” nunca se rompió y siempre mantuvo el paso de una “corriente” de amistad que, con el transcurso del tiempo y de los acontecimientos se iba engrandeciendo catalizada por ese germen siempre vivo del aprecio y, por qué no, del cariño mutuo, cristalizando en una unión entrañable. Fruto de esa conexión surgieron lazos unidos a contactos periódicos en la llamada por nuestro Presidente de Sección “peña del Pollo asado” cuyos integrantes se encuentran hoy por aquí dando, una vez más, afecto a nuestro compañero en este otro “homenaje a Miguelito” de los muchos que se le hicieron en su día.
   Decía Voltaire, más o menos, que “la gente perversa, sólo tiene cómplices; la gente egoísta, sólo tiene socios; la gente política, sólo tiene partidarios; la gente de la realeza, sólo tiene cortesanos;… sólo la gente buena, la buena gente como decimos por aquí, tiene amigos”. Y Miguel Giménez Yanguas tiene muchos amigos, entre otros su hoy padrino y yo mismo.
   Como les decía, una larga historia conjunta nos ha permitido consolidar una fuerte amistad basada en una cimentación muy sólida derivada de una comprensión compartida del mundo que nos ha rodeado y de sus circunstancias, circunstancias no siempre fáciles, pero siempre enriquecedoras.
   Miguel Giménez Yanguas ha tenido, es cierto, muchos reconocimientos oficiales todos ellos muy merecidos, de ello ha dado cuenta minuciosa nuestro Padrino; su ciudad y el entrono científico-industrial de la misma, han sabido reconocer el compromiso y la entrega de este “gran hombre” hacia Granada, sus Instituciones y sus gentes. Pero, miren ustedes por donde, yo tengo hoy la sensación de que el orden no ha sido el que debería haber sido, pues creo que el acto que hoy celebramos debería haberse producido con anterioridad a esos otros reconocimientos, ya que es mucho lo que el entorno de esta Academia, en especial la Facultad del mismo nombre, debe a nuestro protagonista.
   Yo conocí a Miguel Giménez Yanguas cuando, aun haciendo la Mili, me incorporé al entonces Departamento de Física Fundamental en la Calle Duquesa. Pues, el director del departamento, el profesor Pardo, ahora nuestro Presidente de honor, me propuso como Profesor Ayudante de Clases Prácticas y Becario de Investigación.
   El primer día de mi incorporación, todo nervioso y aún vestido de militar (soldado raso) para no llegar tarde no sea que me echaran antes de entrar, llegué desde el Gobierno Militar a la Facultad en la lambretta que por entonces tenía y subí corriendo a la tercera planta para ubicarme en la mesa que me había sido asignada en un habitáculo en el que había una serie de estanterías, más o menos llenas de libros, que pretendían separar ambientes en un intento de mantener una cierta intimidad en el ejercicio de la acción tutorial.
   En un momento determinado, entró por la puerta “Plácido Reyes”, ese personaje al que nuestro ya compañero ha calificado de "bohemio", y, con voz potente, me preguntó: “Enriquito: ¿has visto a Miguelito Raya Ancha”?; yo no acababa de saber a quién se refería y le interpelé ¿A quién? En ese momento y por un claro de una de las estanterías apareció una calva enorme y brillante y una voz, potente y algo cavernosa, dijo: ¡Soy yo!. Yo, sin saber bien si reír o temblar y habiendo tardado un poco en captar el mensaje de la “raya ancha”, quede absorto; ¡era él!, era D. Miguel Giménez Yanguas; el Ingeniero Industrial del que tan bien me habían hablado, era esa persona afable y sin prejuicios ni complejos, que haciendo gala de su sencillez y cordialidad hizo escala en mi sensibilidad anidando en la misma al haber prescindido de un rango profesional, social y familiar que le correspondía, algo muy arraigado en nuestra sociedad granadina máxime en aquellas épocas. Y es que D. Miguel, un poco después de su identificación de raya extendida, me pidió a mí, a un simple becario, que le tratara como a un igual, como a un compañero más y, posiblemente con el tiempo, como a un amigo. Y así fue, “Miguelito Raya Ancha” como cariñosamente le llamábamos todos, y el aceptaba gustoso porque sabía que detrás de este apelativo, posiblemente despectivo para los ajenos a la circunstancia, estaba el cariño y el respeto de sus compañeros. Miguel, fue creciendo dentro de nosotros dando muestras, una y otra vez, de una humanidad extraordinaria y un saber ser y hacer digno de todo elogio, convirtiéndose poco a poco en todo un "D. Miguelazo Corazón Ancho".
   A mí me llamaba la atención ver como Miguel se pasaba el día trabajando en el laboratorio montando fuentes de alimentación y dispositivos electrónicos para todos nosotros y que utilizábamos en la realización de nuestras tesis doctorales o en nuestras clases prácticas; y yo me preguntaba ¿Y la tesis de Miguel? ¿Cuándo la hace? ¿quién se la dirige? Y es que Miguel pareciera que, como si siempre, antepusiera nuestras necesidades a sus intereses personales, como si fueran algo prioritario, "ya la haré"… decía. Aunque a mí me daba la impresión de que detrás de aquella situación había algo que prefiero no comentar ahora.
   Nunca olvidaré aquel día, próximo a la defensa de mi tesis doctoral, en el que, estando yo preocupado por la realización de unos esquemas de circuitos electrónicos necesarios para la escritura de la misma, él, conocedor de esa preocupación, se presentó en el laboratorio y me dijo: “Toma, esto para tu tesis”. Eran los esquemas de los circuitos hechos por él mismo y para mí, posiblemente robando horas a su tiempo libre, a la dedicación a su entrañable madre, o al tiempo propiedad de su ya novia Carmen; pero ¿por qué? Sencillamente porque él era, es y será siempre así.
   Miguel Giménez Yanguas era requerido por todos y para todo pero, fundamentalmente, por los responsables académicos de le época: “Ahora te necesitamos en Armilla , ahora es necesario que vuelvas, ahora te vas a Arquitectura, ahora vuelves y das clase, pero no cobras, ahora ya no hay sitio para ti… y te vas a ¡vaya usted a saber donde! Pero siempre fuera de donde nunca tenía que haber salido. Y todo ello como consecuencia de haberse ocupado más de los demás que de él mismo. Porque Miguel siempre hizo su trabajo enamorado de lo que hacía y, al final, sucedió lo que vaticinaba la cortesana: “Los que fingen estar enamorados siempre sacan más partido que los que realmente lo están”. Miguel nunca fingió y, tal vez por eso, no sacó mucho aunque para él fuese suficiente.
   No obstante, y a pesar de todo, nunca guardó rencor a nadie y siempre fue leal, por poco que le hubiesen considerado, a los responsables de la época.
   De haber querido, de haber sido de otra forma de ser, de otra condición, con su formación, su capacidad, su alcurnia y sus influencias familiares, que hubieran estado ahí, podría haber llegado muy alto en el rango académico o industrial, pero una sensibilidad como la suya prefirió la grandeza de la entrega generosa y honesta a la opulencia de los cargos, prefirió quedar en ese estado intermedio donde se es reconocido por muchos hombres y por pocas instituciones; como dice el proverbio chino:” Si eres honesto en tu negocio no llegarás a ser ni rico ni pobre, pero es posible que seas feliz”.
   Esto debe ser genético, algo familiar, porque un hermano suyo, D. Francisco Giménez Yanguas, mi buen amigo Paco, que por aquí andará, siendo catedrático de los antiguos en Madrid, prefirió renunciar a tal rango para venirse a Granada de profesor contratado; a su Granada y con sus gentes.
   A mí me gustaba mucho ir a casa de Miguel en la calle Horno de Espadero, una transversal de San Antón, donde vivía con su madre y con su hermano y pasar con él largos ratos en su “taller” montando instrumentación electrónica para el departamento, para todos nosotros en definitiva, o también aquellos KIT de amplificadores de HiFi con sintonizador de FM incorporado, los Clarivox, que nos montaba a unos y a otros y de los que disfrutábamos prácticamente sin coste pues eran “casi regalos” de Miguel,” y, cómo no, del placer de las breves, pero interesantísimas, charlas con su encantadora Madre o con Paco, su hermano.
   Pero, no vayan a creer ustedes que siempre actuó Miguel con prudencia y con tacto, ¡no!, ni mucho menos. Recuerdo ahora, al respecto, cuando se empeñó en darnos lecciones al Sr. Presidente de la Sección de Físico-Química, aquí a mi derecha, y a un servidor, de lo que teníamos que hacer para conservar el pelo, el choteo que montó Placido fue de órdago y el resultado de aquellas tentativas lo pueden ustedes contemplar en este momento, pues aquí estamos los tres.
   Miguel, como nos ha hecho ver su padrino, fue y es un enamorado de Granada y de su patrimonio Científico-Industrial, habiendo luchado lo indecible por su conservación y por su proyección, lucha no siempre bien reconocida o bienvenida, pero también siempre desde la lealtad y procurando “hacer ver” en lugar de imponer, tratando de ayudar en esta tarea promoviendo iniciativas que tanto han beneficiado a Instituciones y a responsables de las mismas.
   Sus publicaciones son verdaderas joyas de un gran valor en todos los sentidos y su lectura un recreo para los amantes de este entorno, lo sé porque las tengo todas.
   Sus restauraciones las define mejor que nadie su colaborador José Miguel Reyes quien dice de él “que es el arte de convertir la chatarra en arte”, pues Miguel es un restaurador increíble, y lo es porque antes que restaurador es un hombre de ciencia que sabe que restaura y para qué es útil. Enamorado de esta actividad ha construido un museo particular de incalculable valor científico e histórico y, por supuesto, didáctico. Una obra excepcional costeada por él mismo. Este museo doméstico, montado en su propia vivienda, lo ha llevado a cabo con la complicidad y ayuda de su excepcional esposa, Carmen, una cordobesa extraordinaria enamorada no solamente del hombre, sino de sus ideas y de sus aficiones, de su forma de ver y entender la vida, de su capacidad para “dar”, de su generosidad en definitiva. A ella también le debe mucho Granada.
   Con el célebre Taller de Restauración Miguel Giménez Yanguas, nuestro personaje recibió todo lo contrario de lo que debía haber sido ese reconocimiento al que me he referido antes, pues recibió, ni más ni menos, que el desaire de su desmantelamiento. Tal vez pareciera como si la sensibilidad por mantener la historia Científico-Industrial granadina hubiera dado paso a otros intereses. Esperemos que con el museo no suceda lo mismo que con el taller y apelo, para ello, al sentido común de nuestras autoridades.
   Miguel, como les decía, es un hombre generoso, amigo de sus amigos y respetuoso con quienes no lo son, que siempre los habrá, pero preocupado por su entorno y plantando cara cuando ha sido necesario para denunciar un expolio patrimonial, lo que le ha generado en más de una ocasión alguna que otra enemistad, pero haciéndolo siempre desde el respeto hacia el otro e incluso llegando hasta la comprensión.
   Espero que este auditorio entienda ahora que yo hoy abandone mi oficio de presidente y me agarre al papel de amigo, de cómplice si quieren. Tampoco he pretendido hacer una Laudatio, eso ya lo ha hecho Eduardo, tal vez he pretendido hacer una manifestación de algo que llevo guardado mucho tiempo, pero, compréndanlo, es que para mí hablar de Miguel Giménez Yanguas es hablar de caballerosidad, de honestidad, de entrega, de lealtad, de compañerismo, de humildad ... y de todas esas cualidades de las que les he venido hablando.
   Yo no podría actuar de otra forma en relación con una persona que, el día de mi boda, en la iglesia y cuando el Jefe ya había dado la orden de que Enrique, yo, no se fuera de viaje de novios porque tenía que hacer no recuerdo que memoria, Miguelito Raya Ancha, ese gran Señor, se me acercó y me dijo al oído, “vete tranquilo que yo te la haré”, y vaya si me la hizo.
   Por todo esto Carmen, te pido, a ti y a vuestra hija, que lo cuidéis, que lo cuidéis mucho, pues tiene mucho que dar todavía, máxime cuando, en buena medida y como ya he dicho, vuelve al sitio del que no tenía que haber salido nunca.
   Yo seguiré deleitándome leyendo sus obras mientras escucho la maravillosa radio RCA a válvulas con caja de madera y restaurada por Miguel, que me regaló hace ya tiempo, mientras veo pasar las horas en el precioso reloj francés, también restaurado por él y que le regaló a mi hija Pilar en su boda.
   Y a ti Miguel te pido que no cambies, que sigas siendo como eres, porque quedan pocos como tú.
   A un tiempo te pido perdón por tener aún pendiente “esa otra asignatura” que ya veremos cómo podemos superar.
   A nuestra Academia la felicito por este ingreso ya que al nuevo miembro estoy seguro que no hará falta recordarle lo que esperamos de él.
   Y finalmente, pidiéndoles a todos ustedes disculpas por esta osadía por mi parte, al descender en demasía al terreno de lo personal, y agradeciéndoles su asistencia y atención, levanto esta sesión.
   Muchas gracias a todos por su atención.
   Se levanta la Sesión.